Carlos Decker Molina / 2017
fue una noche en que Enrique de El Salvador, pero ahora hecho el sueco de la barriada, nos contó que su padre fue “El simio que levantó la vista del suelo”… “hambre de frutas, en su sed de estrellas”… “comió carne muerta, bebió aguas podridas”… El padre del poeta, Enrique Ríos, fue “producto del fuego”.
Se me ocurrió preguntarle por el hijo, pensando que no tenía respuesta, pero el salvadoreño recitó. Se acercó a mi oído y dijo: “Al futuro siempre le crecen los afilados dientes, para depredar cordilleras, para masticar nuevos desiertos”. Hizo una pausa y sostuvo afirmativo: “Come conservantes. Come petróleo y luego de otra pausa mirándome a los ojos y con dos lágrimas furtivas convino en que “pronto comerá mierda”.
Fue una noche en la que el pesimismo sobrevoló el local donde estaban poetas y escritores. ¿Será que el mundo parece querer rehacerse? Cataluña, Madrid, Brexit y los nuevos nacionalismos de puerta cerradas, de muros aislacionistas, fachos embanderados que marcharon por las calles, justo, en Gotemburgo donde la semana precedente tuvo lugar la Feria del Libro, que es la feria de la liberar de expresión y ahora bardos y escritores de lengua cervantina cantan de refilón al nuevo lar. Porque, aunque no es mi casa, es mi hogar. Suecia no es mi piel, pero tengo impregnada su fragancia, olores de libertad e igualdad.
Suecia estuvo presente en el pesimismo de la noche. Angélica Riquelme nos lo recordó, poéticamente, una fiesta de fuego en que murieron, justo en las inmediaciones de donde estábamos, más de 60 jóvenes, hijos de inmigrantes que querían bailar, tal vez tocar, quizá besar.
¡Oh las religiones! Éstas dijeron que el incendio fue castigos de los dioses “por imitar una vida ajena”. Vida ajena ¿la sueca? para religiones nacidas en el ayer de piedra. Los hijos de los hijos de los obreros del industrialismo también huelen libertad e igualdad, son o fueron, suecos a su medida y por querer serlo murieron abrazados.
La angustia de la noche tuvo un atisbo de amor y luz cuando la pintora y poeta Jannette Montoya nos habló del torbellino de amor, “emerges desde este beso nuestro … ¡Ah! vigilia húmeda, fogoso aliento, galopando llegas a todos mis ríos, avanzas por oleajes de mis fuegos. Y te quedas torbellino, en charco de fuego te quedas …”.
Pero la poesía iluminadora de Jannette se fue apagando como esos amores soplados por el aliento del olvido. Volvimos al pesimismo cuando José Romero nos recordó: “La vejez ha comenzado su miserable visita”, visita primero cortés, después una visita que no quiere irse, que incomoda la vida.
“Cada surco, cada sendero, suspiros de ansiedad de la vida que se va. Vejez, férreamente penetraste en mi ser, carcomes suavemente mi sueño”. Para Romero, cuando cae el pétalo, cae el tiempo de la niñez, así como cuando cae el racimo, se va la juventud.
Cuando la ventisca invernal llama a las puertas del otoño sueco apareció el poeta de los thaparancus y las cholas cachascan, además es un extraordinario fotógrafo: Yarco Rhea Salazar pregunta al abanderado de alguna manifestación:
“¿Te puedo tomar una foto? … estaba apoyado en el mástil de su bandera esperaba que la marcha arranque. Giró un ojo bien a lo camaleón y
no se dignó a responder pues era en ese momento un semidiós descendido por la ocasión a la palestra. Como el silencio otorga activé el clic mientras él izaba la jeta bien a lo Che ansiando en secreto que el Korda neocriollo lo eternice envuelto en el paño de la bandera flameando al viento de la mañana. Luego cayó la garúa y él se jue como llegó, tragado por una cloaca socialsurealista …”.
Una nota especial en este pentagrama cultural para el guitarrista Patho Galvez que entró en clave de sol y nos iluminó con canciones suyas y ajenas. Todas con ese matiz triste de las injusticias y los desamores, de la pena y la triste/alegría del perro en barrio ajeno.
Los poetas callaron. La noche íntima y pesimista abrió sus puertas a los novelistas. Amores, ilusiones, luchas armadas y las otras, familias juntas o desperdigadas, la eterna filosofía del exilio. Las separaciones y los reencuentros. Hermanos perdidos en caminos bifurcados. Todas las antinomias convergen en un sólo un punto: el Aleph de la novela. Pero, ante todo el encargo de El Lector: “No hay peor analfabeto que el que no quiere leer”.
Fue una noche que terminó con abrazos, ¡salud! por el reencuentro, por la antología, por la vida, pero Romero nos recordó: “la vejez no es una visita”. Sí, porque la visitas se van, la próxima tendremos más surcos rugosos o seremos el verso colgado del ayer.
¡Oh las religiones! Éstas dijeron que el incendio fue castigo de los dioses “por imitar una vida ajena”. Vida ajena ¿la sueca? para religiones nacidas en el ayer de piedra
Los hijos de los hijos de los obreros del industrialismo también huelen libertad e igualdad, son o fueron, suecos a su medida y por querer serlo murieron abrazados
Fuente: Los Tiempos / Cochabamba / Bolivia
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